Por ejemplo:
La gravedad es un hecho.
Que el agua no pueda evitar la gravedad es otro hecho.
De la misma manera que la fuerza de (la) gravedad hace que el agua siempre
encuentre la manera de llegar al suelo, acusando en un paso las fisuras de la
construcción, el descalce de los elementos constructivos, así también la fuerza
de la realidad siempre termina por causar el descalce entre el proyecto (Lo que
se imaginó que habría de ocurrir) y la vida (lo que de hecho ocurre).
Podemos tener esperanza sólo en aquello que no tiene remedio.
Giorgio Agamben.
FORMA DE VIDA Y FORMA DEBIDA
En el antiguo aeropuerto de Santiago había un lugar donde hasta principios
de la década de los noventa se juntaba mucha gente. Se trataba de la gran
terraza del segundo piso, donde gran cantidad de personas despedía y recibía a
unos pasajeros que embarcaban y desembarcaban de los aviones por medio de
escaleras manuales y que caminaban directamente por la losa hacia y desde las salas
de embarque. Esta terraza permitía que despedidas y bienvenidas fueran
extendidas hasta último momento. Esto hasta que, seguramente por razones de
normativa internacional, la terraza fue clausurada.
En el nuevo aeropuerto de Santiago, dos lugares congregan gran cantidad de
gente. Uno es la escalera que une el segundo y tercer nivel atravesando un
vacío circular y que balcones sobre la salida de Policía Internacional y sobre
las mangas de entrega de equipaje; el otro es el giro casi en ángulo recto de la
calle que sube al nivel de las salidas internacionales y desde donde se puede
ver el paso de los aviones hacia la pista de aterrizaje.
En el vacío que atraviesa la
escalera, la gente de alguna manera descubrió un lugar donde, un poco antes de
lo que el edificio y los arquitectos tenían calculado, se puede saludar,
gritar, colgar letreros improvisados y dar la bienvenida a la gente que llega.
En la esquina de la calle que sube, la gente descubrió un lugar donde un poco
después de lo que el edificio y los arquitectos tenían calculado, se puede al
menos tener la esperanza, que desde la ventanilla del avión, quien se va, los
vea despedirse.
La escalera y la calle son
el aeropuerto nuevo, lo que la gran terraza era al aeropuerto antiguo
Ahora bien, la escalera que atraviesa este vacío circular, en tanto que
lugar de bienvenida es un lugar incómodo; incómodo para los que llegan porque
están en un lugar de paso, en la zona de entrega de equipaje, casi sin espacio
para pasar y sin perspectiva para mirar hacia arriba; incómodo para los que
están arriba, que cuelgan de las barandas de la escalera, asomándose de
cualquier manera sobre los que llegan. Aún así es un lugar que reúne mucha
gente.
Igual cosa se verifica en la
calle exterior. Ella es una obra hecha por los ingenieros y que ni siquiera
forma parte del proyecto de arquitectura y que a pesar de estar fuera del
edificio, se podría decir que es un lugar central. Estos lugares ocurren a
pesar de la precariedad y de la incomodidad. En ello se revela tanto la fuerza
de la realidad como el descalce entre realidad y proyecto.
¿Y qué causan estos lugares
no calculados?
Dado que el aeropuerto sí contempla lugares tanto para la despedida como
para la bienvenida, lo que específicamente acusa este descalce, es la falta de
lugar para lo que podríamos llamar el último momento. Lo que
en la escalera y en la calle ocurre no es tanto la despedida y la bienvenida,
cuanto la extensión de ellas hasta el primer y último momento.
La escalera y la calle son
al aeropuerto nuevo, lo que la gran terraza era al aeropuerto antiguo, en tanto
que lugares que escogen la prolongación del saludo.
Más allá de las razones de normativa internacional que hayan llevado a
cerrar la terraza del aeropuerto antiguo o a no considerar esta situación en el
aeropuerto nuevo, es un hecho que dado que Chile todavía es un lugar donde
viajar es un evento, hay una voluntad de anticipar la bienvenida y de extender
la despedida lo máximo posible.
Podría decirse entonces, que el programa, es decir, la situación
estructurante de un aeropuerto en Chile, o al menos del aeropuerto en Santiago,
es la prolongación del saludo. Y desde el momento que esta situación es
verificable, desde el momento que es un hecho, esta extensión del saludo es un
hecho arquitectónico.
Probablemente en otros aeropuertos, la situación estructurante sea otra. Si
estuviéramos en la mitad de un continente extenso donde los viajes son
frecuentes, no sería necesario que los lugares de espera y de despedida fueran
importantes; lo que sería el núcleo de proyectación en esos casos, sería quizás
la eficiencia o la seguridad. Aquí en Chile lo que habría importado cuidar,
cautelar y constituir como la situación estructurante del proyecto, habría sido
la prolongación del saludo.
LA CONTRADICCIÓN DE LA REALIDAD
De la misma manera que una buena escalera calza naturalmente con el ritmo
de nuestros pasos, sin contradecir ni su regularidad, ni su alcance, ni su
avance, un proyecto debiera tender al calce con la realidad o al menos a no contradecirla.
Primero porque la realidad es fuerte, pero sobre todo porque la realidad es el
horizonte de un proyecto de arquitectura; su sentido es articularla.
La contradicción de la realidad (aquella involuntaria se entiende) tiene su
origen las más de las veces en una falta de inteligencia, en el
sentido (etimológico) de no haber sabido leer entre los datos.
Inteligir significa para el arquitecto, hacer una lectura la vez exhaustiva (no
dando nada por supuesto) y esencial (distinguiendo lo importante de lo
accesorio) de la situación que debiera estructurar el proyecto. Para no
contradecir la realidad, el arquitecto debiera atenerse a los hechos
arquitectónicos que a partir de ella se pueden formular.
Algunas veces la contradicción deja huellas. Leves, meros vestigios si se
quiere; como el pasto raído según una obstinada línea recta que contradice
porfiadamente la serpenteante vereda tropical de Burle – Marx en un parque de
Río de Janeiro. Pero las más de las veces la dificultad de leer acertadamente
la realidad, el aeropuerto incluido, radica en que una cierta ausencia oculta
la relación entre forma y vida. Como la carrera de obstáculos descrita por
Godofredo Lommi: está la pista, están las vallas, pero el ritmo, casi el baile
con que el corredor pasa las vallas, dura solo lo que dura la carrera y luego
desaparece. Este mismo silencio oculta los rasgos constituyentes de la
situación cuando la relación entre forma y vida se da naturalmente,
fluidamente, sin fisuras.
Y sin embargo, es a este mismo silencio, a esta misma fluidez que oculta
tanto las formas como la vida, a lo que una obra debiera aspirar. Una obra
debiera ser silenciosa en este sentido de tender al calce entre lo que ella
permite y lo que ha de satisfacer, sin fisuras. Formular el problema del proyecto
como un hecho de arquitectura, nos acerca al silencio de los acuerdos tácitos,
en este caso entre forma y vida.
Se podría decir, hablando por paradojas, que una buena obra se reconoce por
su capacidad de desaparecer. De esto sabía ya algo Le Corbusier, cuando desde
Pisa, al término de su viaje de oriente, le escribía a su amigo –
maestro: L’Eplattenier, recluta mañana mismo un buen albañil. ¡Haremos
arte!... Qué estupidez. No es necesario ya hacer arte, sino solo entrar
tangencialmente en el cuerpo de nuestra época y disolverse en él al punto de
desaparecer. Y cuando desaparezcamos, el bloque se habrá convertido en algo
grande. De nosotros entonces quedarán coliseos, termas, acrópolis y mezquitas.
LA INTENSIFICACIÓN DE LA REALIDAD
Ahora bien, aún cuando Le Corbusier habla de desaparecer, habla
también de dejaralgo grande. Y para alcanzar tal grandeza no solamente
no habría que contradecir la realidad; el proyecto del nuevo aeropuerto no se
podría haber contentado con haber visto esos lugares no calculados. A lo que se
debería haber aspirado, a lo que habría que aspirar, es a que la realidad entre
en resonancia en una obra de arquitectura, amplificándose, intensificándose.
Atender a los hechos de arquitectura es identificar la especificidad de esa
intensificación propia de la arquitectura; esta intensificación a pesar de
estar centrada sobre el objeto arquitectónico en toda su condición física,
opera de hecho sobre esa porción de realidad que a la vez soporta y contiene
(la vida). De este modo la atención sobre la naturaleza constructiva del objeto
arquitectónico no se consume en ella misma y no constituye primordialmente un
objeto de contemplación. Esta oscilación de la atención entre continente y
contenido, (continente: el objeto arquitectónico; lo contenido; la vida), entre
el rol que juega y el rol que muestra, constituye uno de los flancos de
discusión más constantes de la arquitectura.
Discutiendo la noción zeviana de espacio, Borchers considera fundamental la
realidad física del cuerpo arquitectónico; sin embargo postuló que la real y
específica materia de la arquitectura estaba en los actos humanos formalizados
por ella. Que los actos puedan constituir materia de arte es lo nuevo
que yo postulo, dirá Borchers.
Siguiendo las ideas de Nietzsche, Borchers concebía la arquitectura entre
lo apolíneo (lo escultórico, lo visible, lo figurativo, lo plástico) y lo
dionisiaco (lo musical, lo no figurativo, lo impulsivo); un arte dirigido no
tanto a los sentidos si no mas bien a la voluntad, pensada a la manera de
Schopenhauer.
La obra de arquitectura es
un artefacto no una obra de arte, y en obras de arquitectura una nada separa el
artefacto de la obra de arte, y esa nada es inconmensurable.
En este mismo sentido de
obra de arquitectura como artefacto capaz de intensificar los actos, se podría
entender el proyecto de Alberto Cruz para la Capilla de Pajaritos, el cual
partiendo de la pregunta por la forma apropiada de la oración, se inspira en
una serie de experiencias concebidas como actos que son poéticamente
transferidos al proyecto. Es precisamente esa transferencia la que origina los
hechos de arquitectura, la blancura de una mesa que destaca la forma y los
colores de platos y elementos; la penumbra de una sala durante una misa
recordatoria, o el particular ritmo de los gestos litúrgicos se constituyen en
los motivos recogidos por el proyecto.
Si la vida es una continuidad de situaciones elementales; si una situación
es una continuidad de actos; si la arquitectura intensifica los actos y
articula situaciones; si una situación es lo que estructura un programa
arquitectónico; y si un programa es el sentido de un proyecto, entonces podría
decirse que el programa, más que un listado de recintos, es un listado de actos
o la construcción de una situación elemental.
LA SUPERACIÓN DE LA REALIDAD
Pero aunque opuestos, tanto
la contradicción como la intensificación de la realidad son términos de una
misma polaridad, están sobre una misma línea, o al menos, en un mismo plano. La
arquitectura no debiera permanecer en el mismo plano de la realidad; estar de
acuerdo con el mundo no significa disolverse en la naturaleza de la vida ni de
los usos. La arquitectura no es mero receptáculo de una situación; ni siquiera
mera expresión de ella, por magnífica que ella sea.
Es verdad que el ritmo de huellas y contrahuellas de una escalera nace del
ritmo de nuestros pasos y no de una ley interna, autorreferente, meramente
formal; el sentido de su forma está fuera de ella. Sin embargo una escalera es
también la proposición de un ritmo. El ritmo que propone la escalera de la
biblioteca de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica de Chile,
nos obliga a caminar muy lento para calzar con el ritmo de los peldaños
propuestos. Si no nos adecuamos a esa lentitud propuesta, la escalera es
incómoda. Esta adecuación de la vida al objeto no es otra cosa que la
adecuación que la situación del estudio requiere: la construcción de un ámbito
de silencio. En ese sentido, la arquitectura, si bien debe tender al calce con
la vida, no la imita; la modifica.
Tampoco es la arquitectura traducción automática de unos usos a una forma.
Si bien la arquitectura recoge una realidad existente (no inventa la vida que
ha de acoger), una obra siempre produce algo que no estaba ahí antes que ella
apareciera. La situación que la arquitectura articula no es totalmente
preexistente. La arquitectura debiera interpretar la realidad, en el sentido
que lo plantea Gadamer, de atenerse a ella por una parte y simultáneamente ver
en ella, extraer de ella, cada vez, algo nuevo. Si procediéramos por analogías
y pensáramos en la realidad como en una partitura musical, tendríamos por una
parte que la partitura es lo que es y en ese sentido habría que atenerse a
ella. Sin embargo interpretarla es también revelar una y otra vez, una
dimensión a la vez subyacente e inexistente. Interpretar es atenerse a lo
latente. La arquitectura para satisfacer el encargo que la origina, ha de
interpretar la vida misma, estando de acuerdo con ella intensificándola y
buscando eventualmente hacer aparecer dimensiones aún no formuladas de ella.
La arquitectura y el
estado del arte
La arquitectura es un arte; sus
objetos tienen autonomía artística. Sus problemas nacen tanto de las
circunstancias como de las leyes internas de la disciplina. Cada obra de
arquitectura es de hecho un comentario al arte, que busca mantener el paso
ganado y eventualmente modificar y superar ese estado de cosas. Hay que ser
absolutamente modernos, sentencia Rimbaud.
LA MEDIDA Y EL CUERPO
El cuerpo
propone a la arquitectura un ámbito de verificación de sus operaciones.
Lo mismo se podría llegar a
establecer para la construcción del silencio al interior de la biblioteca. La
observación pertenece al arquitecto Wren Strabucchi, quien hace algún tiempo
planteo que la falta de silencio de la biblioteca de la Escuela de Arquitectura
de la Universidad Católica, se debía al tamaño de las mesas. El hecho que
tengan 1,40mt. de lado, es justo el tamaño que no es ni suficientemente pequeño
para que uno secretee (o murmure), ni lo suficientemente grande para que la
distancia nos obligue a pararnos evitando con ello la inconveniencia de gritar.
El metro cuarenta es justo la medida que mantiene el tono de voz característico
de la conversación; ni el secreto ni el grito: la conversación. Esta medida no
es ya medida física del cuerpo sino medida de nuestra percepción. En cualquier
caso, por ser una cuestión medible, es a un tiempo algo verificable (un hecho)
y algo repetible (una operación de proyecto).
LA
MEDIDA, LOS FENÓMENOS, EL CUERPO
EL HOMBRE, A DIFERENCIA DE ALGUNOS ANIMALES, TIENE LOS OJOS HACIA EL FRENTE Y LAS OREJAS A LOS LADOS. SÓLO LOS OJOS LOS PUEDE MOVER A VOLUNTAD, DIRIGIRLOS, A DIFERENCIA DE UN CABALLO POR EJEMPLO, QUE ADEMÁS DE LOS OJOS PUEDE MOVER LAS OREJAS. POR ESO CUANDO ESTAMOS A LA INTEMPERIE, EN LUGARES ABIERTOS Y ESCUCHAMOS ALGO Y QUEREMOS VER DESDE DÓNDE VIENE EL SONIDO, VER Y ESCUCHAR SIMULTÁNEAMENTE EN LA MISMA DIRECCIÓN, LO QUE HACEMOS ES AHUECAR LA MANO Y CONSTRUIR UNA ESPECIE DE PANTALLA QUE REFLEJE EL SONIDO; ALGUIEN CON DIFICULTAD PARA ESCUCHAR HACE LO MISMO. NO SE PUEDE (DADO LA FORMA EN QUE ESTÁN DISPUESTOS LOS SENTIDOS DE LA CABEZA) VER Y ESCUCHAR SIMULTÁNEAMENTE ALGO, PORQUE LOS OJOS Y LOS OÍDOS SON PERPENDICULARES ENTRE SÍ.
EL HOMBRE, A DIFERENCIA DE ALGUNOS ANIMALES, TIENE LOS OJOS HACIA EL FRENTE Y LAS OREJAS A LOS LADOS. SÓLO LOS OJOS LOS PUEDE MOVER A VOLUNTAD, DIRIGIRLOS, A DIFERENCIA DE UN CABALLO POR EJEMPLO, QUE ADEMÁS DE LOS OJOS PUEDE MOVER LAS OREJAS. POR ESO CUANDO ESTAMOS A LA INTEMPERIE, EN LUGARES ABIERTOS Y ESCUCHAMOS ALGO Y QUEREMOS VER DESDE DÓNDE VIENE EL SONIDO, VER Y ESCUCHAR SIMULTÁNEAMENTE EN LA MISMA DIRECCIÓN, LO QUE HACEMOS ES AHUECAR LA MANO Y CONSTRUIR UNA ESPECIE DE PANTALLA QUE REFLEJE EL SONIDO; ALGUIEN CON DIFICULTAD PARA ESCUCHAR HACE LO MISMO. NO SE PUEDE (DADO LA FORMA EN QUE ESTÁN DISPUESTOS LOS SENTIDOS DE LA CABEZA) VER Y ESCUCHAR SIMULTÁNEAMENTE ALGO, PORQUE LOS OJOS Y LOS OÍDOS SON PERPENDICULARES ENTRE SÍ.
No
todo, no siempre
Quizás
si el horizonte de todo esto no sea sino verificar una cierta pertinencia en la
arquitectura; pertinencia en la lectura del problema, pertinencia de la forma
propuesta. Descomponer acertadamente la situación en sus rasgos constituyentes,
esenciales y conocer las propiedades de la forma que ella encarne la situación
pertinente. Es en este sentido que un arquitecto es un profesional de la forma;
conoce exactamente sus consecuencias.
Este comercio entre forma y vida no es ni pura
determinación ni pura libertad que revela cada vez un rasgo nuevo, es un
misterio. En ese sentido la arquitectura es un arte. En ese sentido se podría
entender la afirmación de Le Corbusier: la arquitectura es el cofre de
la vida. En tanto que cofre es él mismo algo precioso que guarda algo precioso.
Contesta Juan Borches: no lo veo hoy así. Si he de expresar mi estado de
contemplación actual, correspondiendo a la visión presente, no titubear, en
afirmar: la obra de arquitectura es sin más la vida misma.
Resuenan aquí las palabras del
profesor Riesco, quien con paciencia y confianza, corregía a los estudiantes
durante todo el año, sólo aquello que a ellos, a todos, nos parece lo
específicamente arquitectónico, la forma. Y entonces el último día, incluso
después de los exámenes, decía: Ya, la forma está bien, ahora le falta
la vida.
(1
) Extractado para fines Docentes
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