martes, 29 de mayo de 2012

LA SEDUCCIÓN DEL PROYECTO DE LA OBRA DE ARQUITECTURA



RESUMEN
La seducción de la Obra de Arquitectura, para los arquitectos es la búsqueda de ese elemento capaz de producir en el habitante la experiencia de la presencia ausente, que a su vez lo motiva a la búsqueda de la completitud. El autor con una serie de interrogantes invita a la “búsqueda, que seduce”, búsqueda que le otorga sentido a la propia experiencia arquitectónica

TEMARIO
1. APRECIACIONES PRELIMINARES
2. LO QUE SEDUCE ES LA FALTA DE SENTIDO

1. APRECIACIONES PRELIMINARES
“Lo que seduce es la ausencia de sentido”. Asumo de entrada, lo problemático que pueda parecer en principio, el hablar de la seducción y de la Obra de Arquitectura. Esta situación problemática no solo es de índole semántica, si no que aparentemente involucra una dimensión un poco más profunda: la posibilidad de que la relación sujeto-obra sea de tal modo que se pueda hablar de seducción. Y si fuese posible, la pregunta sería: ¿de qué tipo de seducción hablamos? o ¿qué es lo que seduce? ¿cuál es el juego que se produce entre ambos?
La seducción como juego, el juego de la seducción, involucra siempre una relación inequívoca: lo que seduce y un quién desea ser seducido. Desde este punto de vista, para que la seducción acontezca debe existir la intención de ambas partes involucradas. Vuelvo entonces a interrogar, acerca de un aquello que debe tener la obra de arquitectura para que dicha situación de seducción acontezca.
La Obra de Arquitectura: una realidad inteligible pero que se desplaza al campo de la materia erguida en el espacio tridimensional, y que desde allí, desde el soporte matérico se despliega en y hacia el mundo. La Obra de Arquitectura siempre es una intención, una proposición de cómo habitar el mundo, un mundo que debe ser aprehendido, domesticado y construido. Ese es esencialmente el ser de la obra de arquitectura: construir un mundo. Un mundo inexistente matéricamente, que sólo late primariamente en los sueños y las utopías de un quién que concibe y proyecta el mundo “construido”.
La reflexión que se plantea no es sobre el quién que proyecta, si no más bien sobre a quién. Un quien que se entrega al juego de ser seducido por la obra, pero obviamente para que esa entrega se realice debe cumplir ciertas condiciones que permitan precisamente esa posibilidad especial de relación sujeto-obra. Intentaremos descubrir aquellas señales que deben aparecer para que esa relación pueda desarrollarse.
¿De qué hablamos cuando una obra de arquitectura puede entrar en directa relación con su habitante?. En la afirmación de esta relación, surge una premisa y pregunta a la vez, ¿cuál es que el habitante?. Es quien requiere de la obra de arquitectura para habitar el mundo, es decir, la obra de arquitectura es el modo de cómo el habitante se relaciona con el mundo circundante. La obra de arquitectura como un otro quién que establece un dialogo con un quién-habitante.
Pero incluso, estas frases no parecen del todo satisfactorias, por cuanto el habitante y la obra de arquitectura habitada, co-existen habitando el mundo y es en ese habitar donde el habitante se despliega en cuanto tal. La obra de arquitectura no tiene existencia por si misma. No es un algo aparte del habitante, del mismo modo que el habitante no tiene existencia sin la obra de arquitectura.
¿De qué tipo debe ser entonces esta relación?. Para poder responder esta pregunta debemos primeramente volver un poco atrás, hasta el punto en que el hombre requiere dotar de sentido el mundo al cual ha sido arrojado. Requiere del orden, frente al caos que lo ataca sin que pueda entenderlo, y entender el mundo significa ni mas ni menos que poder habitarlo, lo que dicho de otro modo equivale a decir: construirlo. Construir el mundo, para los efectos de mi exposición, debe entenderse como “arquitecturizarlo”, esto es construir el lugar desde donde el hombre pueda “ser”. La obra en tanto “obra de arquitectura” comparece en el mundo si es que se traba
este diálogo fecundo con el habitante, y es en ese diálogo en que la obra de arquitectura aparece -comparece- en el hecho constructivo.
2. “LO QUE SEDUCE ES LA FALTA DE SENTIDO”
Me gustaría plantear otra posibilidad a esta sentencia: lo que seduce es precisamente, dentro del sin sentido, el camino para encontrar el sentido, es decir, no es el sin sentido en si mismo lo que ejerce un poder sobre nosotros, si no más bien, la posibilidad de encontrarlo. La búsqueda de sentido es lo seductor. El encuentro hacia algo que no se nos presenta inmediatamente a nuestra percepción ni a nuestro entendimiento, es lo que nos despierta el interés por descubrir. La realidad, como la entendemos, no nos es develada por la percepción.
La realidad es una construcción, en donde la percepción aporta una parte, podríamos decir la exterioridad, pero para poder completar, lo que llamamos realidad requerimos del concepto que la explicite. Es decir, la realidad, es una construcción en donde confluye por una parte, la percepción y por otra el concepto. Solo si ambas partes logran construir un todo coherente nos sentimos satisfechos y logramos una tranquilidad anímica a nuestras interrogantes. Lo que seduce, es el descubrir el concepto que nos completa la realidad. como todo descubrir humano, que se despliega en el tiempo, es un camino. Pero un camino incierto del que solo se conoce lo que no está, y se conoce a través de “huellas impregnadas en la arena”, las que se tornan efímeras, las que se construyen y destruyen constantemente. Lo que seduce en la Obra de Arquitectura, es precisamente lo que no está en ella.
Esto que a primera vista puede contradecirse, y que de hecho planteado así en verdad lo es, se aclara meridianamente al considerar, que siempre lo que seduce es lo oculto, lo que no se muestra, pero que se intuye. En la obra de arquitectura hablamos entonces de un aquello que no está, vale decir una presencia ausente, pero de la que tenemos conocimiento por una huella, por un rastro que ha quedado en materia.
Si el objeto construido, en circunstancias especiales es elevado a la categoría de Obra de Arquitectura, es por que en esas circunstancias comparece ahí en el objeto construido, una presencia que supera lo objetual y transforma el objeto en un sujeto. Desde ese punto entonces, el sujeto-obra entra en una relación especial con el sujeto-habitante, y el habitante entonces en una relación de sujeto a sujeto puede leer el rastro, la huella de la ausencia.
¿Qué es lo que eleva al objeto construido a la categoría de obra de Arquitectura y que posibilita que se produzca ese dialogo entre sujetos? ¿Qué es aquello que comparece como huella de una presencia ausente y que es capaz de seducir al habitante?
Según mi convicción, la primera obra de arquitectura que apareció sobre la tierra fue un MENHIR, es decir un elemento pétreo vertical que nuestros mas antiguos antecesores colocaron a modo de significar su territorio, es decir “lo conocido”, aquello que les daba sentido dentro de la vastedad. Este elemento pétreo vertical, que se alzaba desde la tierra hasta las alturas era el que otorgaba la medida, el número, la relación entre la vertical y la horizontal, o sea la distancia que permitía tener la percepción de la piedra que le entregaba la tranquilidad de lo conocido.
Perder la percepción de aquel elemento vertical era perder el mundo conocido, perder el sentido y adentrarse en el abismo, en donde el menhir era una presencia ausente. Por eso el
primer cobijo que aportó la arquitectura fue un cobijo anímico, de sentido. Solo después, la arquitectura aportó el cobijo físico. Lo que está ausente y que solo se expresa como huella, es precisamente ese cobijo anímico, que para el habitante de hoy se expresa como apertura.
La apertura que entrega la Obra de Arquitectura en tanto sujeto a otro sujeto que está dispuesto a entrar en un juego de ilimitadas posibilidades de encuentros y reencuentros que siempre sugieren, esbozan una cierta incertidumbre de un aquello que se nos escapa; del cual solo somos testigos por unos instantes, pero que aquellos pequeños instantes nos bastan para tener la confianza en que volveremos a tener una de esas experiencias.
La relación del habitante con la Obra, es siempre una experiencia vital, que lo compromete íntegramente. Lo que seduce de la Obra de Arquitectura es su posibilidad, en realidad: mi posibilidad en tanto habitante de dicha Obra. Mi posibilidad de encontrar mediante esa experiencia vital, la experiencia del espacio poético, de encontrar posibilidades para que se exprese el ser.
Si el espacio no tiene una preexistencia, si no que por el contrario se establece como una construcción, estamos hablando de una construcción poética que se expresa a través de “paramentos” que construyen el espacio. Son entonces la relación entre sí mismo y entre los demás lo que configuraría un espacio de esas características enunciadas. Ahora bien, esa posibilidad se expresa matéricamente. He ahí la paradoja, una apertura anímica pero que tiene un soporte material que la constituye. Vale decir, la materia como expresión, o la materia elevada a su capacidad expresiva.
La relación entre los paramentos, sean estos horizontales, verticales, inclinados, sólidos, opacos, perforados, transparentes, virtuales, lisos, texturados, etc, y su relación entre ellos,: de distancia: lejanía-cercanía, de ubicación: ortogonal-paralelo-angulado etc., digo, estas relaciones son capaces de construir el espacio poético, y lo construyen valiéndose del número que aporta la “medida” como aquello que relaciona. Por cuanto la poesía solo puede ser intuida a través del sedimento de la misma. Entonces lo que construimos, en verdad es el sedimento, la huella, la pura ausencia.
Pero hoy, ante un habitante escéptico, disminuido en sus fuerzas anímicas, al que le suceden los acontecimientos de la vida, sin que el los pueda, no diré manejar, si no que ni siquiera, entender, ¿Qué es lo que aporta la Obra de Arquitectura? Un habitante escéptico, que no cree, pero que tampoco interroga, un habitante que se repliega en la exterioridad de las apariencias que le entregan la tranquilidad de la levedad sin cuestionamientos, dejando a lo institucional que opere como límite para sus creencias y conductas.
Antagónicamente el habitante es un objeto y la obra un sujeto. Objeto, en cuanto se encuentra dormido, adormilado, aniquilado en sus fuerzas anímicas, por la propia estructura social que ha creado y que lo ha rebajado a objeto de consumo, o más bien a objeto consumido. Un habitante que necesita ser despertado en el plano de las experiencias vitales a través de su relación con el cobijo; una nueva relación con el cobijo.
Entonces la Obra de Arquitectura hoy se presenta en ausencia, que reclama para sí misma la presencia, ser traída a tiempo presente para actualizarse. Lo despliega en insinuaciones, en apariciones que se desvanecen, en pliegues y repliegues que resuenan a lo lejos como estelas de un algo por descubrir. Al habitante de hoy, la Obra de Arquitectura se le presenta como un
acontecimiento, pero un acontecimiento no terminado, un hecho que requiere de la participación activa del habitante para poder ser aprehendido.
La Obra de Arquitectura entonces debe, en su propio desenvolvimiento matérico superar la materia, en cuanto la materia solo es el punto de partida para la experiencia de la completitud, es decir, la completitud no es solo de la obra, si no que centralmente es del habitante. Ese es el elemento central y que valida la Arquitectura en cuanto soporte de la vida humana, y que le otorga legitimidad, por sobre las legítimas tendencias temporales, o modas.
                                                               

JAVIER BIZE HUETT
OTOÑO 2004



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